Es una pena el funcionamiento dudosamente democrático de nuestros partidos políticos y su escaso respeto por las formas y las leyes. Máxime cuando de estos surgen los representantes que han de aprobarlas y exigirnos su cumplimiento. Dudo que con estos comportamientos de nula calidad democrática estén éticamente legitimados para hacerlo.
Se critica, con razón, el régimen dictatorial del General Franco, pero da la impresión de que hemos pasado de un Caudillo a tres o cuatro. Recuerdo que cuando el referéndum de la OTAN era partidario del “No” aunque no estaba en edad de votar, y en una ocasión le pregunté a un familiar sobre que pensaba votar en el mismo. Su respuesta fue: “Lo que diga Felipe”. Ante tan contundente argumento quedé desarmado y sin que se me ocurriera ninguna réplica. Parece ser, y así será, que somos como niños que precisamos de líderes que decidan por nosotros y piensen por nosotros. Erich Fromm en “El miedo a la libertad” decía que un sustituto de la autenticidad era el sometimiento a un sistema autoritario, así de esta manera teníamos certezas, ya que nos indicaban como pensar y actuar. Pudiera tener razón y así el mismo Jesús nos consideraba un rebaño de ovejas que había de ser conducido por un pastor. Parece que en el orden terreno también debemos ser unos borregos necesitados de ser pastoreados y eso explique el funcionamiento cuasi mesiánico de los partidos políticos.
Los partidos políticos organizados en unas estructuras formalmente democráticas, en la práctica tienen un funcionamiento autoritario. El sistema de listas cerradas y bloqueadas, por el que funciona tanto nuestra organización institucional como las formaciones políticas, es una verdadera perversión democrática que conduce a la mediocridad y el servilismo de los electos. En los, hasta ahora, dos grandes partidos se eligen las ejecutivas de forma indirecta por unos delegados y estarán formadas por la lista más votada, el resto se descartan. Esto obliga a que las minorías, si quieren estar representadas en las mismas, tengan que transigir para formar parte de una lista única. Consecuencia de ello es que las ejecutivas suelen estar apoyadas por más de un 90% de los delegados, que no de los militantes; resultados estos más propios de regímenes tan democráticos como el cubano. Esto da lugar a que la élite del partido decida y después se someta a un mesías con el suficiente tirón electoral para convencer a los borregos (léase votantes). Si éste líder les conviene para ostentar el poder y mantener sus prebendas se entregan a él sumisamente. Así Rajoy en el PP es el que decide en la práctica sobre los candidatos y al disidente, al que discrepa, se le relega de las listas electorales. El “democrático” PSOE que tanto presume de sus primarias defenestró en su momento a Borrell porque a la cúpula no le agradaba y Sánchez se acaba de deshacer de un secretario general, según dicen, por razones electorales. Los que iban de regeneradores democráticos, Podemos, también utilizan las listas cerradas y bloqueadas para controlar desde la dirección a sus candidatos. Y se podría seguir.
Da la impresión de que en los partidos políticos hay que someterse a la decisión de los gerifaltes, y en su seno no hay cabida ni para el debate ni para la discrepancia. Hay que mantener la uniformidad ya que parece ser que las formaciones donde se expresen posturas diferentes o divergentes son penalizadas por el electorado, los borregos. Los deformadores de opinión son cómplices de esta situación a la que dan por correcta, razonable, la apoyan y la defienden. Evidentemente todos ellos tienen jefes (léase dueños) y a estos les resulta más fácil influir sobre tres o cuatro dirigentes políticos que sobre una cantidad más numerosa. Democracia sí, pero de escasa calidad.
Recuerdo también que de pequeño era aficionado a los tebeos. En una de las aventuras de “El Jabato”, éste , Taurus y Fideo de Mileto se encontraban en un pueblo de esquimales que tenían que designar a su jefe. Un candidato era un tirano déspota y el otro mucho más razonable. Se decidió que se dirimiera en un partido de hockey sobre hielo y el déspota determinó que fuera Fideo el árbitro. Como el tirano esperaba, Fideo permitió todo tipo de fullerías por parte del equipo de éste para conseguir la victoria; entre tanto Taurus y el Jabato estaban avergonzados de la actuación de su amigo, el trencilla. El choque finalizó como era de esperar y al proceder a nombrar al nuevo jefe, Fideo, en la única muestra de valentía que le recuerdo, vino a decirle al pueblo: “Éste es vuestro nuevo jefe y como lo ha logrado os gobernará”. Esto acabó por levantar a aquel pueblo y proclamar jefe al otro candidato. Me temo que nosotros en las elecciones no actuaremos así, sino como dóciles borregos que es lo que se espera de nosotros, aunque solo sea porque no hay alternativas.
Fermín.
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